jueves, 3 de marzo de 2016

Los últimos años

Era muy duro pasar los últimos años de sus vidas, solas en esa inmensa casa. Las tres hermanas habían compartido todos sus días juntas. No había nada que les hubiera pasado que alguna de ellas no conociera. No había secretos entre ellas.
Estaban cerca de los 100 años cada una. La mayor, Ana, tenía 98. Era la más centrada y enérgica. Luego estaba Guadalupe, o Lupe, como le decían todos desde niña. Tenía 95 años. María Teresa, la menor, o Marite, como la conocían, era la más joven y como una niña la trataban las otras. Eso siempre le había molestado, porque desde siempre fue la última en ser consultada sobre algo. No bastaba que tuviera 90 años, porque siempre sus hermanas la veían y la trataban como alguien sin responsabilidad, sin criterio. Fue esa la pelea continua desde que empezaron a vivir solas, cuando sus padres murieron en ese accidente, cuando Marite sólo tenía 3 años. 
Nunca quisieron separarse. Se acostumbraron a vivir con sus temores, con sus placeres. Ana cocinaba lo que sus hermanas quisieran comer. Nunca le importó comer algo que no le gustara, porque para ella, lo más importante fue la unión entre todas. ¡Claro!! A Marite tuvo que enseñarla a comer ensaladas. Esa niña lloraba al ver las lechugas. Los tomates eran como monedas de sangre. ¿Cómo costó que abriera su boca para las papas y las zanahorias???
Lupe nunca causó ningún problema. Sabía que tenía que comer. Y sobre todo, sabía que tenía que dar el ejemplo a su hermanita menor. Marite, la imitaba en todo, excepto en la mesa. Allí, la miraba con odio y asombro. Como diciendo “¿Cómo puedes comer eso y querer que yo lo coma?”
La mesa fue, por muchos años, el símbolo de la discordia entre las tres. Con los años, las peleas fueron disminuyendo y los temas de discusión fueron otros.
Lupe se enamoró. Esos días fueron los peores para Marite. Se llenó de complejos. Se sentía fea. Dejó de estudiar. Su hermana era su refugio. Quien la protegía de los regaños de Ana. ¿Por qué había llegado ese joven a tocar la puerta? ¿Por qué le preguntó a Ana si podía visitar a Lupe? Debió preguntarle a ella. Era ella quien más quería a Lupe. Era ella quien la cuidaría cuando ya no pudiera moverse. Tantos obstáculos le puso, como esos niños que lo esperaban a unas calles para robarle las flores, los chocolates o lo que trajera para lucirse ante su hermana, que al final él decidió que no seguiría buscando el amor de esa jovencita. Su hermanita menor le resultaba muy agresiva y la mayor, Ana, le resultaba una pared imposible de superar. Se sentía vigilado cada minuto que estaba en esa casa. Entonces miró a otras calles donde finalmente encontró otra joven con menos apegos y más ganas de libertad.
A Lupe le dolió la despedida pero tenía la esperanza que él regresara o que, por qué no, otro amor tocara su puerta. Ese otro amor nunca llegó y se acostumbró a vivir, a convivir con sus hermanas.
Las plantas del jardín se convirtieron en sus amigas y confidentes. Cuando Tata, la perra que estuvo con ellas desde pequeñas murió, fueron las ramas del mango y sus consentidas orquídeas, las que vieron sus lágrimas. Quienes la acompañaron en el funeral de su Tata, a los pies del fuerte tronco de los jugosos mangos.
Ana vio todo esto pero siempre se mantuvo callada. Su condición de hermana mayor la hacía sentirse responsable de ellas, así que siempre se obligó a ser fuerte, a no llorar para que sus hermanas no se sintieran inseguras. Ella ocultó el sentimiento que empezó a sentir por ese muchacho que vino a buscar el amor de Lupe. Siempre lo miraba a escondidas. No quería que la viera observarlo. No sería bien visto. Era una tortura ver cómo él la miraba, mientras ella se moría por ser el foco de esas miradas.
Cuando finalmente él decidió no seguir pretendiendo a su hermana, su corazón se llenó de sentimientos encontrados. Sintió alivio porque ya no sufriría al ver cómo llenaba de palabras hermosas a Lupe, mientras ella se moría por dentro. Pero también, su corazón casi se rompe en pedazos al saber que ya no lo vería nunca más. Se perdería de esos ojos castaños que tanto le atraían.
Ese corazón no se rompió cuando lo vio un día cerca de su casa. Dos calles más abajo. Él no sabía cómo explicarse pero al final, le confesó que pretendía a una vecina de ellas, con menos problemas para compartir su vida. Esa confesión la hizo abrirse y ella le dijo que nunca fue su intención hacer que él se fuera, que había sido una mala impresión de él.
Se casó con la vecina, pero desde esas confesiones se hicieron amigos. Tan amigos que una tarde de lluvia, mientras hablaban en el parque para no mojarse se resguardaron en una casucha ubicada cerca de la escuela. Allí, viendo caer la lluvia, él le tomó la mano y sin pensarlo se besaron. De los besos pasaron a las caricias, hasta que ella temiendo dónde pudiera llevarla ese remolino de sensaciones, se levantó y salió corriendo. Llegó a su casa mojada pero feliz. Nunca volvió a verlo pero ahora sabía lo que era sentir amor. Ese momento llenó su vida y nunca quiso borrar o cambiar ese recuerdo, así que no le abrió su corazón a nadie.
Los años fueron pasando. Las tres se acostumbraron a escuchar la radio y luego a  ver la TV juntas. Vieron cómo el color llegó a esas pantallas y la gente empezó a hablar por teléfono en las calles, a ver a familiares que vivian muy lejos, sólo con pararse frente a algo que llaman computadoras. El hijo de un vecino, quien les pagaba los servicios por algún pago en moneda o comida, les aconsejó comprar una computadora y colocarle internet para hacer los pagos desde su casa, pero eso no era lo de ellas. Preferían seguir con sus vidas en total certidumbre y con la paz que da el hogar
Una noche, Ana, que estaba desnuda en el baño, metió un pie en la bañera cuando de pronto, su mente se nubló y una duda la hizo quedar paralizada. No quiso quedarse así, por lo que gritó a sus hermanas “¿Alguien sabe si me estaba metiendo a tomar un baño o estaba saliendo de bañarme?”
Lupe, que estaba en la cocina con Marite, preparando la cena, corrió hacia la escalera. Pero repentinamente y sin dar tiempo a nada increpó a sus hermanas diciendo “Por casualidad, alguna de ustedes sabe, ¿si yo iba a subir o estaba bajando las escaleras…?”.
Con algo de molestia, Marite, se dijo para sí “Qué olvidadizas son mis hermanas. Espero no ser así cuando tenga esa edad.  Bueno, deben ser los años. Toco madera para que no me pase lo mismo” y dio tres golpes a la mesa. Enseguida comenzó a caminar mientras le respondía a sus hermanas.
-  Ya voy a ayudarlas, par de tontas. Sólo esperen a ver quién está tocando la puerta y subo…